Joan-Ignasi Ortuño, periodista jubilado de 67 años, relata su desesperada situación: su pensión de 830 euros no le permite alquilar una habitación en Barcelona, lo que le ha llevado a dormir en la calle.
Joan-Ignasi Ortuño, periodista jubilado de 67 años, se enfrenta a una dura realidad: su pensión de jubilación de 830 euros al mes no le alcanza para alquilar una habitación en Barcelona, ciudad en la que ha trabajado y vivido toda su vida. La situación le ha obligado a dormir en la calle, una experiencia que lo ha marcado profundamente, tanto a nivel físico como mental.
¿Quién puede entender que una pensión no cubra ni el alquiler básico?
Joan-Ignasi Ortuño es un ejemplo claro de las dificultades que enfrentan muchos jubilados en España con pensiones bajas. Tras haber trabajado toda su vida en medios como El Correo Catalán, BTV, COM Ràdio o El Periódico, su pensión de 830 euros no es suficiente para cubrir los costes básicos de vida en una ciudad como Barcelona, donde el alquiler medio de una habitación supera los 640 euros mensuales.
“Tuve que dejar el piso porque no lo podía pagar. Pagaba 700 euros de alquiler y cobraba 830. Y si no tienes garantías, ya ni te alquilan una habitación”, explica Ortuño con voz quebrada. ¿Cómo es posible que después de toda una vida de trabajo, una persona no pueda vivir dignamente?
La difícil decisión de dejar atrás una vida estable
Antes de jubilarse, Ortuño tenía una carrera consolidada en el ámbito del periodismo cultural y la comunicación. Sin embargo, sus últimos años de trabajo estuvieron marcados por un desfase en las cotizaciones. “Los últimos años trabajaba, pero no estaba asegurado. No era consciente de lo que eso podía suponer para mi futuro”, reflexiona Ortuño. Este descuido en las cotizaciones no solo afectó su capacidad para acceder a una pensión digna, sino que le ha dejado atrapado en una espiral de incertidumbre económica.
Consecuencias de vivir en la calle: más allá de lo físico
Después de un tiempo intentando adaptarse a la vida en Granada, Ortuño se dio cuenta de que la situación no mejoraba. Con los ahorros agotados, regresó a Barcelona, donde tocó fondo. Durante varios días, estuvo durmiendo en la calle, especialmente en el metro y en rincones de la ciudad. “Me puse en un rincón, no lo sé. Por suerte no tuve problemas con nadie. Pero al día siguiente, levantarse era muy duro. Ya estabas con la cabeza más débil”, recuerda.
Esta experiencia lo afectó más allá de lo físico. La memoria de Ortuño, crucial para su labor como periodista, se vio gravemente afectada. “Tengo la memoria estropeada desde que viví en la calle”, confiesa, un daño que también ha alterado su concentración y capacidad de análisis. “Con solo una noche en la calle ya se trastoca todo”, señala.
La angustia diaria y la pérdida de todo
Vivir en la calle no solo le ha dejado secuelas físicas y mentales, sino también la pérdida de casi todas sus pertenencias. “No tengo prácticamente nada, lo he ido perdiendo todo por el camino”, lamenta Ortuño, quien también ha perdido recuerdos personales, libros y ropa. La angustia de no saber qué sucederá mañana ha sido una constante en su vida desde que se vio obligado a abandonar su hogar.
La historia de Joan-Ignasi Ortuño pone en evidencia una realidad dura para muchos jubilados en España: una pensión de jubilación insuficiente para cubrir las necesidades más básicas. El caso de Ortuño es solo uno más de tantos en los que el sistema de pensiones parece no ser suficiente para garantizar una vejez digna. ¿Es posible que, después de toda una vida de trabajo, muchos ciudadanos terminen viviendo en la calle porque no tienen los recursos para subsistir? La reflexión está servida.