¿Quién no ha improvisado una cena rápida en el centro de Badalona tras una jornada eterna? Para muchos, ese lugar de refugio era Neruca, un diminuto restaurante que llevaba dando de comer desde 1978. Sin embargo, el domingo, 20 de julio, sus responsables anunciaron en redes sociales que bajan la persiana para siempre.
La dueña confiesa que la decisión “ha sido muy dura de tomar” y el vecindario se quedó sin su fondue casera de confianza. Entre la escalada de precios, los impuestos que no perdonan y un alquiler sin renovar, ni el aroma a queso pudo salvar el negocio. Así se despide otro histórico en plena avenida comercial, dejando tras de sí casi 50 años de recuerdos y sobremesas infinitas.
¿Qué ha pasado con Neruca?
Cerrar un negocio que lleva casi medio siglo abierto no es algo que se haga a la ligera. Según el mensaje difundido, la propietaria citó la crisis económica, la subida del precio de los alimentos y la carga fiscal como los principales culpables. Por si faltaba un ingrediente, el contrato de alquiler no se renovó, y ya se sabe que sin local no hay mesas que montar.
Con la frase “Lamento comunicaros que el Neruca cierra sus puertas definitivamente”, la dueña dejó claro lo doloroso del adiós. Después añadió: “Os estoy muy agradecida por vuestra fidelidad todos estos años. Habéis sido como una familia”. El barrio, acostumbrado a su cocina sencilla y de proximidad, respondió con una oleada de comentarios cariñosos que demuestran lo arraigado que estaba el local.
La inflación no entiende de nostalgia. El precio de ingredientes básicos ha subido cosilla fina, y cuando el kilo de tomate se dispara, la factura del proveedor también. Además, el IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido) y el resto de tributos siguen pasando por caja puntuales cada trimestre, sin perdonar ni la caña con tapa.
A todo esto se sumó la no renovación del alquiler, un golpe letal para un negocio familiar cuya rentabilidad ya caminaba por la cuerda floja. Resultado: la propietaria se vio obligada a “bajar la persiana”, expresión coloquial que, en el argot hostelero, significa cerrar para siempre.
De fondue casera a punto de encuentro vecinal
Neruca abrió en 1978 de la mano de Rosalía y pasó por varias generaciones hasta llegar a Naara, la última capitana al frente de los fogones. Ella modernizó la carta, añadió opciones veganas en colaboración con Vegans Badalona y siguió apostando por producto de kilómetro cero.
Sin grandes campañas de marketing, el local consiguió algo más valioso: convertirse en parte del paisaje emocional de los vecinos. “Podéis iros con la cabeza bien alta”, escribió un cliente en redes, resumen perfecto de una relación cliente-restaurante que trasciende la simple transacción de platos.
El cierre de Neruca no tiene por qué ser una profecía inevitable para el resto de pequeños negocios. A continuación encontrarás algunas acciones sencillas —y muy terrenales— con las que cualquier vecino puede marcar la diferencia:
- Compra en establecimientos de tu barrio al menos una vez por semana: cada ticket cuenta.
- Deja reseñas positivas y constructivas en internet: ayudan más de lo que crees al atraer nuevos clientes.
- Participa en eventos o jornadas gastronómicas locales: dan visibilidad y caja extra.
- Recomienda a tus amigos y familiares esos sitios donde te sientes como en casa.
Como ves, no hace falta convertirse en magnate para sostener la economía de proximidad. De hecho, basta con cambiar un par de hábitos de consumo para que la próxima fondue no se apague antes de tiempo. Porque, al final, mantener vivo el comercio local también es una forma (muy sabrosa) de cuidar tu propio barrio.