La increíble vida del jerezano de 82 años que viaja por todo el mundo cada dos semanas con su pensión

Juan Macías, jubilado de 82 años, pisa aeropuertos con la misma soltura con la que otros pisan la panadería del barrio. Mientras la mayoría consulta precios de gasolina, él compara vuelos como quien mira la carta del día: si ve un Frankfurt por 60 euros ida y vuelta, lo mete en la cesta sin pestañear. Su vida es una maleta siempre medio hecha y un pasaporte con más sellos que un coleccionista. Y, aunque parezca mentira, todo lo paga con la pensión de toda la vida, sin herencias ni Euromillones de por medio. Da igual la edad o el cansancio: en su calendario las casillas libres son casi un mito. Esa constancia le ha convertido en un referente para quienes sueñan con viajar sin arruinarse.

¿Quién es Juan Macías y por qué no para de hacer maletas?

Nacido en Jerez de la Frontera, Juan empezó fuerte: fue uno de los seis técnicos de Acerinox enviados a Japón durante año y medio para aprender a fabricar acero inoxidable. A su vuelta, ayudó a poner en marcha la planta de Algeciras y, más tarde, cambió los hornos por el cartón para dirigir la fábrica Cartonaje Pribec durante dos décadas.

Tras rescatar otra planta incendiada (Cartonaje Tempul) recorrió Suiza, Alemania, Inglaterra y Suecia buscando maquinaria. Cuando el sector cerró filas en los noventa, trabajó para una firma catalana hasta jubilarse con 67 años. Desde entonces, su CV lo firma su pasaporte.

¿Cómo se costea tantos viajes con solo su pensión?

Juan no se esconde: “No soy rico, viajo con mi pensión”. Él y su esposa estiran los ingresos como un chicle, evitando lujos y agencias. Antes eran miles de kilómetros al volante; hoy la clave son las aerolíneas de bajo coste.

Antes de que saques la tarjeta, apunta estos trucos que le funcionan desde hace años:

  • Reservar con flexibilidad: elige la ciudad que tenga el vuelo más barato, no al revés.
  • Ajustar equipaje: mochila de cabina y se acabó pagar extras.
  • Dormir en alojamiento modesto pero bien comunicado: “Solo quiero una cama y una ducha”, dice.
  • Viajar en temporada media (abril-junio y septiembre-noviembre): menos gente, mejores precios.

Si suena demasiado fácil, recuerda que Juan vigila cada euro con la lupa que usaba para revisar acero; la diferencia es que ahora la aplica a las webs de viajes.

De Jerez a Cabo Norte: las rutas que forjaron su leyenda al volante

Su primera escapada internacional fue la luna de miel de 1969: se plantó en Londres en un Simca 1000 saliendo desde Jerez. Aquel viaje cambió las vacaciones de playa por carreteras interminables hacia Italia, Suiza, Alemania y Noruega. Incluso llegó al Cabo Norte y a Leningrado (hoy San Petersburgo) cuando la URSS era un trámite fronterizo plagado de porras y registros que aún recuerda con recelo.

Aquellas aventurillas incluían turnos de conducción cada dos horas y paradas mínimas: gasolina, bocadillo y seguir. Así acumuló millones de kilómetros y la certeza de que las fronteras solo existen en la cabeza.

La liberación del cielo europeo y el salto a los vuelos low cost

La llegada de Ryanair, easyJet y compañía le vino como anillo al dedo. “La semana pasada volé a Frankfurt por menos de 60 euros ida y vuelta. En mis tiempos eso era impensable”, cuenta con media sonrisa. Desde entonces, Berlín, Estocolmo, Londres o Roma son destinos “de quincena”, como quien hace la compra.

Gracias a esa tarifa plana emocional, ha ocupado asientos rumbo a Japón (su “segundo hogar”), Tailandia, Marruecos, Canadá, Estados Unidos y Perú. Eso sí, esquiva otros países sudamericanos por seguridad: “No viajo para estar preocupado por si me atracan”.

Próximos destinos y consejos para un viajero inquieto

El calendario de Juan no descansa: Berlín y Polonia en agosto, Florida en otoño, Italia con los nietos en enero y Egipto en febrero. Y, si la salud acompaña, llegarán más sellos: “Mientras Dios me dé salud, me moveré todo lo que pueda”.

¿Te animas a imitarle? Él lo tiene claro: viajar debería ser “asignatura obligatoria”. Recomienda empezar por Europa y, en especial, enamorarse de Gdansk y Cracovia en Polonia; después, lanzarse a Italia para recibir una clase magistral de arte sin pagar matrícula. Al final, dice, conocer mundo cura el chovinismo y deja claro que los kilómetros son la mejor universidad que existe.

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