Subir a un barco que parece una ciudad y olvidarte del calendario no suena precisamente a plan de domingo en pijama, ¿verdad? Para la argentina Luli Bertelotti, en cambio, lleva más de 10 años siendo rutina pura y dura. Desde que embarca (normalmente por contratos de 6 meses o más) su “piso” se convierte en camarote y la brújula en reloj: el rumbo marca la hora.
En sus redes (lulideloscruceros) comparte a diario lo bueno, lo regular y lo intensísimo de la vida flotante: trabajar todos los días, no pagar alquiler y recorrer destinos de postal sin hacer check‑in de hotel. Eso sí, con la coletilla que más repite a cámara: “a bordo los domingos no existen”. ¿Te tienta o te tiemblan ya las piernas?
¿Por qué los domingos desaparecen cuando tu casa flota?
Luli resume su jornada con una frase que vale por calendario entero: “no anhelamos los domingos porque a bordo no existen”. Los contratos la obligan a estar disponible los 7 días de la semana mientras dure el viaje; es decir, cero días libres y cero excusas. La contrapartida viene en forma de gastos mínimos: camarote, comidas y hasta el wifi básico corren a cuenta de la naviera (un alivio para el bolsillo, aunque el wifi turbo de pago puede costar un ojo y medio).
Ese ritmo non‑stop no impide que el ambiente se vuelva familiar. “Mi casa es el barco y los tripulantes son mi nueva familia temporal”, confiesa ella. Y cuando el buque atraca, si el horario cuadra, se baja la pasarela y empieza la excursión exprés: de Alaska a Bora Bora en cuestión de temporadas, sin sellar pasaporte extra.
Cómo ahorrar (o no) el sueldo a bordo y no quedarte sin wifi
La tentación de guardar cada nómina entera es fuerte: con alojamiento, comidas y lavandería cubiertos, el gasto fijo roza los 0 €. Pero Luli advierte: “se puede ahorrar todo el sueldo, pero entonces la experiencia es limitada”. Excursiones, copas en el bar de la tripu y algún capricho de tierra firme vuelan la tarjeta si uno no se controla (o si el wifi premium se vuelve vicio).
Además, muchos contratos incluyen el billete de avión de ida y vuelta hasta el puerto de embarque, lo que facilita dejar medio mundo atrás sin hipotecar la cuenta. Eso sí, cuando tocan vacaciones ningún sueldo cae del cielo: la carta de empleo indica la fecha del próximo embarque, pero los meses en tierra se viven de los ahorros.
Requisitos para embarcar: edad, inglés y cero miedo al mar
Antes de soñar con fotos en cubierta conviene repasar las condiciones mínimas. Luli las clava de carrerilla:
- Ser mayor de edad, y para la mayoría de puestos, tener al menos 21 años.
- Experiencia previa en el puesto solicitado (bares, animación, spa, etc.).
- Inglés fluido: es el idioma oficial tanto con clientes como con jefes y compañeros.
Estos puntos se complementan con un curso básico de seguridad marítima que incluye maniobras en piscina: no hace falta saber nadar estilo olímpico, pero sí reaccionar si acabas en el agua. Tras superarlo, la puerta de embarque queda abierta de par en par.
¿Qué meter en la maleta para seis meses en alta mar?
Hacer la maleta para medio año suena a Tetris profesional, aunque las bolsas al vacío obran milagros. Luli mezcla prendas de fiesta, ropa de gimnasio, uniforme corporativo y básicos para climas opuestos: la misma maleta sirve para Australia en bikini y para Alaska con gorro de lana. El barco ofrece lavandería gratuita (jabón aparte), pero ojo a las colas: todo el mundo baja a lavar justo cuando coincide su rato libre… y las lavadoras vuelan más que el propio crucero.
Por si estás pensando en lanzarte al mar, aquí van algunas pistas finales. En primer lugar, calcula tu colchón financiero para las vacaciones entre contratos: sin sueldo fijo en tierra, los ahorros mandan. Segundo, lleva adaptadores de enchufe universales; el barco es un mosaico de voltajes. Y tercero (el más importante), cultiva la paciencia: al compartir camarote y horarios intensos, la convivencia puede ser tan movida como el oleaje. En compensación te llevas una agenda de amigos global, fotos imposibles y la prueba vital de que, efectivamente, el mundo es redondo… y navega.