Pensamos que la “clase social” es solo una cifra en la cuenta del banco, pero condiciona más de lo que parece. Marca cómo miramos el mundo y cómo nos comportamos a pie de calle. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de julio del presente año, la mayoría se coloca en la clase media (42,5%) y apenas una minoría se ve de clase alta (0,6%). Desde la psicología se sostiene que no se trata solo de dinero, sino de patrones emocionales diferenciados. En la parte media-baja, la incertidumbre del contexto pesa y hace que se dé más importancia a lo que opinan los demás. Aquí reunimos tres rasgos clave que distinguen a la clase media-baja de la alta y explicamos por qué importan en la vida diaria.
¿Qué retrato social dibuja el CIS y por qué importa?
El barómetro de julio del presente año del CIS deja una foto rápida de cómo nos definimos: la etiqueta “clase media” sigue siendo la más habitual y “clase alta” es minoritaria. Este autorretrato social sirve para entender desde qué punto de partida interpretamos nuestras experiencias cotidianas.
Clase social auto-percibida | Porcentaje de población |
---|---|
Clase media | 42,5% |
Clase alta | 0,6% |
Estos datos orientan, aunque el debate sobre la “clase media” no es nuevo: algunos analistas vienen avisando de que esa clasificación estaría en peligro de extinción. En cualquier caso, el foco aquí es práctico: cómo se traducen esas etiquetas en emociones y conductas, según la psicología. Fuente: CIS (barómetro de julio del presente año).
¿Por qué el contexto socioeconómico condiciona el control que sentimos?
Cuando el día a día se mueve entre incertidumbre, amenazas constantes e inestabilidad, es fácil pensar que lo que nos ocurre depende más de fuerzas externas que de nuestras decisiones. Dicho de forma simple: sentir que “manda” el entorno es creer que los resultados dependen más de circunstancias ajenas que del propio esfuerzo; por eso, en la clase media-baja pesa más la opinión de los demás.
En la clase alta, el escenario es más positivo y la mirada más individualista. Esa combinación refuerza la idea de que se puede influir en el contexto con mayor facilidad. Ocurre que, cuando el colchón económico es cómodo, también parece más sencillo creer que uno lleva el volante.
¿Cuáles son las tres características clave de la clase media-baja?
En este terreno, la psicología resume tres rasgos que aparecen con más fuerza en la clase media-baja que en la alta. Son patrones emocionales y sociales, no tanto etiquetas rígidas.
- Percepción de control externo: se atribuye lo que pasa a factores fuera del control personal y, como consecuencia, hay más sensibilidad a la opinión ajena.
- Mayor empatía y compasión: al considerar más el contexto del otro, se identifican mejor las emociones de las personas con las que se interactúa.
- Tendencia al altruismo: en estudios experimentales de laboratorio se observó más inclinación a expresar conductas altruistas que en la clase alta.
Estos rasgos se alimentan del entorno: si las condiciones se perciben como amenazantes, es razonable que surjan respuestas sociales que ayuden a afrontar esa presión, incluida la ayuda a los demás. Por tanto, hablar de empatía y altruismo aquí no es romanticismo, sino adaptación.
¿Qué puedo hacer con esta información en mi día a día?
Primero, úsala para mirarte con un poco más de calma. Si te descubres atribuyendo casi todo a la suerte o a “cómo viene la vida”, no es una rareza: es una respuesta comprensible a contextos inestables. Ponerle nombre ayuda a ajustar el equilibrio entre lo que puedes controlar y lo que no.
Segundo, capitaliza lo que sí funciona. La empatía y la compasión son una ventaja social: escuchar mejor, calibrar el contexto del otro y prestar ayuda concreta son habilidades útiles en casa, en el trabajo y en el vecindario. Y si te mueves en un entorno con más sensación de control, recuerda que el objetivo no es competir por quién “manda” más, sino usar ese margen para tender puentes sin caer en tópicos. En consecuencia, el camino práctico pasa por reconocer el contexto, sostener la empatía y convertir el altruismo en hábitos cotidianos (pequeños, constantes y, sí, muy efectivos).