La vida de Teresa cambió de golpe el 22 de diciembre de 2023. Hasta ese día, su rutina era una maratón diaria de 16 a 18 horas de trabajo en su bar, Maricastaña, desde las 5 de la mañana hasta la última cena de la noche. Pero esa mañana, todo lo que conocía dio un giro inesperado: su hija le daba la noticia de que les había tocado El Gordo. El destino, o más bien su marido Rufino, que ya no estaba para verlo, había jugado una pieza clave en su vida.
El trabajo sin pausa tras la muerte de Rufino
Antes de ese premio, Teresa había vivido una montaña rusa de emociones. Su marido, Rufino, había fallecido repentinamente en 2020 a causa de un infarto. Con él se fue una parte de su vida, pero también una gran carga de trabajo. Había dejado pendiente terminar el restaurante que él soñaba abrir. Sin embargo, con el apoyo de su familia y amigos, Teresa no dudó en seguir adelante. «El restaurante estaba terminado, pero eso había que pagarlo», cuenta. Así comenzó su jornada interminable de trabajo, con el bar siempre abierto, con un dolor que no se disipaba ni con el paso de los meses.
El Gordo, un cambio inesperado
A pesar de estar completamente absorta en el trabajo, Teresa decidió comprar un décimo de la lotería de Navidad de la asociación Lola Torres, a la que llevaba 46 años perteneciendo. Ese mismo día, el bar abrió temprano, como siempre, y la rutina continuó. Teresa ni siquiera escuchó las llamadas de aviso de que había sido premiada, hasta que su hija, entre lágrimas, le dio la noticia: «Mamá, papi nos ha ayudado». Fue un momento agridulce, porque la alegría estaba acompañada del recuerdo de Rufino, que no pudo ver el milagro llegar.
La vida ahora: menos estrés y más tranquilidad
Desde ese día, Teresa no ha dejado de trabajar, pero ha logrado organizar su vida de una manera más tranquila. El restaurante que tanto le dolía, el mismo que había compartido con su marido, cerró sus puertas, y ahora se dedica exclusivamente al catering, pero sin ese estrés que la acompañaba antes. «Es un alivio poder respirar», afirma. Lo que antes era una rutina agotadora, ahora es un proceso mucho más controlado, trabajando «con gusto» y sin la presión constante de la jornada interminable.
En resumen, aunque Teresa sigue trabajando, ahora lo hace a un ritmo diferente. El Gordo, aunque no haya cambiado su vida por completo, le ha dado una nueva perspectiva: la de poder respirar tranquila y tener tiempo para disfrutar de las cosas que realmente le importan.