Esta conocida empresa despidió a 8.000 personas para sustituirlos por la IA: lo que ocurrió después es justicia poética

Durante décadas, IBM ha sido sinónimo de innovación tecnológica, pero en los últimos tiempos la compañía ha adoptado un enfoque particularmente audaz: dejar en manos de la Inteligencia Artificial (IA) tareas tradicionalmente humanas. Lo que parecía una evolución lógica del sector tecnológico ha provocado una transformación más compleja y contradictoria de lo que inicialmente se pensaba. A comienzo de 2023, la empresa tomó una decisión estratégica que sacudió su estructura interna: suspender las contrataciones en todos aquellos puestos que pudieran ser sustituidos por sistemas automatizados. No se trataba de una medida puntual, sino de una apuesta a largo plazo basada en la convicción de que muchas tareas rutinarias, especialmente las relacionadas con la gestión administrativa y de RRHH, podían ser asumidas con eficacia por la IA.

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Este cambio de rumbo tuvo consecuencias inmediatas. Cerca de 8.000 empleados, cuyos trabajos estaban considerados “automatizables”, fueron despedidos. Las funciones más afectadas era aquellas que, en esencia, seguían flujos repetitivos, previsibles y con poco margen para la creatividad o el juicio humano. Se pensaba que estas salidas reducirán costes y aumentaron la eficacia operativa de la empresa.

Sin embargo, lo que ocurrió después no fue exactamente lo que los analistas habían anticipado. Aunque la inteligencia artificial logró cumplir con creces muchas de las funciones encomendadas, también trajo consigo una nueva clase de problemas y necesidades. Los sistemas automatizados, por muy sofisticados que sean, no funcionan de forma autónoma sin supervisión ni mantenimiento. Requieren desarrollo, entrenamiento, mejora continua y control de calidad, además de personal capaz de interpretar y tomar decisiones sobre los datos que generan.

Como resultado, IBM se vio obligada a iniciar un nuevo ciclo de contrataciones, esta vez con un perfil muy distinto al de los trabajadores que había dejado en la calle. Los nuevos empleados ya no eran especialistas en tareas administrativas, sino ingenieros de datos, desarrolladores de software, expertos en ética de IA, diseñadores de procesos automatizados y personal de ventas con alta capacidad técnica. Es decir, que en lugar de reducir su plantilla, IBM acabó creando más puestos de trabajo de los que ya tenía, más cualificados, con salarios mayores y más difíciles de cubrir debido a la escasez de talento en estos campos.

El debate está servido: ¿es rentable sustituir a las personas por una IA?

Paradógicamente, la misma decisión que supuso el despido de miles de trabajadores llevó, a medio plazo, a una nueva expansión de la fuerza laboral. IBM se encontró además con lo que algunos llaman “trabajadores fantasma”, un fenómeno en el que los antiguos roles humanos fueron sustituidos por sistemas automáticos que, lejos de eliminar la necesidad de supervisión, crearon estructuras de trabajo híbridas y nuevas interdependencias técnicas.

Con todo esto, la transición no ha estado exenta de retos éticos y humanos. En múltiples foros internos y externos, empleados actuales y antiguos expresaron sus inquietudes sobre la rapidez con la que se estaban sustituyendo tareas humanas por máquinas. Algunos se preguntaban si esta transformación estaba reduciendo el contacto humano dentro de la empresa o si, por el contrario, permitía que los trabajadores se centraran en labores más creativas y menos repetitivas.

Sea como sea, el caso de IBM pone sobre la mesa un dilema que muchas compañías enfrentan: ¿cómo evolucionar hacia un modelo automatizado sin peder el componente humano en el proceso? ¿Dónde está el equilibrio perfecto entre innovación y responsabilidad social? ¿Estás preparada la sociedad para una reconversión laboral a esta escala?

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