¿Alguna vez has soñado con mudarte a un pueblecito blanco, desayunar churros mirando una iglesia del siglo XIX y olvidarte del ruido de la ciudad? Steven Najda, un exingeniero de 67 años, también. Lo tenía todo: postal inspiradora, amigo entusiasta y 135 000 euros listos para invertir. En 2019 aterrizó en Arcos de la Frontera (Cádiz) y se enamoró a primera vista de la Casa del Conde del Águila, un palacete con techos altos y paredes que podrían contar más cotilleos que un grupo de WhatsApp familiar.
Así que compró medio bajo, deshizo maletas… y, días después, se topó con una vecina y su perro tomándose la confianza (y el café) en su recién estrenada cocina. Fue el inicio de una odisea con toques de comedia negra, facturas desorbitadas, tuberías “piratas” y la lección más cara de su vida inmobiliaria.
¿Cuál fue la sorpresa que se encontró Steven en su propia cocina?
El susto llegó la primera mañana cuando una señora (con can incluido) apareció en bata por la encimera como si aquello fuese un bar de carretera. Najda creyó que se había equivocado de piso, pero no: la cocina era oficialmente compartida. Dos vecinos tenían llaves y un derecho de paso eterno que figuraba, con letra minúscula, en la escritura original del siglo XIX.
Desde entonces desfilaron por allí invitados inesperados, plantas que “misteriosamente” se secaban y tuberías que cambiaban de dirección como si fueran líneas de metro en hora punta. El jubilado pasó de soñar con paellas caseras a vigilar su cafetera valorada en 1 000 € como si fuera oro líquido.
¿Cómo es posible que la cocina siga siendo comunitaria tras pagar 135 000 euros?
La clave está en la servidumbre de paso (ese derecho legal que permite a terceros atravesar zonas privadas aunque tú seas el propietario). Vendedor, notario y abogado aseguraron a Steven que aquella carga había desaparecido con la venta; sin embargo, ningún vecino renunció a su llave. Y, como en España lo que no se cancela por escrito sigue en vigor, la cocina continúa siendo territorio neutral.
Para complicarlo todo, la Casa del Conde del Águila es un Bien de Interés Cultural. Eso significa papeleo triple, licencias lentas y cualquier reforma sujeta a la bendición de Patrimonio. Vamos, burocracia aliñada con paciencia infinita.
Costes ocultos: el dineral que se le ha ido al jubilado
Najda pensaba gastar unos cientos de euros en decoración bohemia, pero acabó pagando la fiesta de la comunidad casi solo. Antes de pestañear ya había soltado 20 000 € en refuerzos de vigas, pintura y fontanería solidaria para evitar que la casa del vecino se fuera literalmente al suelo.
A continuación verás cuánto le ha costado hasta ahora esta broma inmobiliaria:
Concepto | Importe exacto |
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Compra de la mitad de la planta baja | 135.000 € |
Reparaciones estructurales y pintura | 20.000 € |
Café espresso robado (cafetera incluida) | 1.000 € |
Pérdida de plantas y sistema de riego | 500 €* |
Total provisional | 156.500 € |
*Estimación del afectado basada en facturas de jardinería.
Tras el derrame cerebral que sufrió antes de mudarse, semejante desembolso le ha dejado el ánimo (y la cuenta bancaria) temblando. “Mis hijos tenían razón: comprar en España puede salir caro si no lees la letra pequeña”, confiesa con resignación británica.
¿Qué dice la ley sobre las servidumbres internas?
En España, el Código Civil contempla la servidumbre de paso como un derecho real que graba un inmueble a favor de otro. Se cancela solo si todos los beneficiarios firman su renuncia en el registro de la propiedad. Traducido: basta con que un vecino se niegue para que la puerta siga abierta… a toda hora.
Otro detalle legal es la obligación de costear los gastos comunes (estructuras, tejados, muros) en proporción a la cuota de participación. Si el resto de propietarios se escaquea, toca abogado, demanda y, cómo no, más euros volando.